martes, 27 de noviembre de 2012

Pesadilla en la cocina


Guerra contra la hostelería cutre

laSexta estrena 'Pesadilla en la cocina', un 'reality' con el cocinero Alberto Chicote al rescate de restaurantes al borde del abismo gastronómico



El chef madrileño Alberto Chicote, conductor del nuevo espacio de laSexta 'Pesadilla en la cocina'.
"De este material se hacen las cajas negras de los aviones”. “Si llevases 30 años haciendo esto, ya estarías en la cárcel”. “¿Y esta tabla? ¡Aquí cortaron las cabezas de la Revolución francesa!”. Estas son algunas de las perlas que Alberto Chicote suelta a las víctimas —la mayoría de sí mismos— de una guerra contra las guarricocinas. Y esa batalla tiene un nombre: Pesadilla en la cocina.
Se trata de un programa de telerrealidad adaptado del famoso reality del chef Gordon Ramsey Kitchen nightmares (estrenado en 2004 en Reino Unido y exportado a una veintena de países). Con la producción de Eyeworks Cuatro Cabezas,  lo estrena laSexta a las 22.25, y le seguirá precisamente un episodio de la serie de Ramsey, para el morbo de ver cómo se cocinó la idea y si las maneras y lenguaje subido de tono del telechef de origen escocés tienen réplica por estos lares. El chef madrileño es el Quijote que salvará los negocios españoles de hostelería en crisis. “Soy el ingrediente que necesitan los restaurantes para tener éxito”, proclama.
Alberto Chicote (Madrid, 1969) confiesa que está más ilusionado que nervioso con el estreno, pues a los ocho primeros episodios grabados les seguirán dos más. La cadena parece estar satisfecha con el resultado y a juzgar por el hervor en las redes sociales la expectación está servida. Para amasar aún más la confianza en su capacidad de reflotar los restaurantes al borde del abismo gastronómico, colegas de Chicote le animan en el vídeo-presentación del programa, como Juan Mari Arzak, Martín Berasategui, Ramón Freixa, Mario Sandoval, David de Jorge o David Muñoz. “No hay teatro, esto es verdad”, constata el chef de DiverXo. Y la verdad con la que se topó Chicote chorrea grasa de las paredes, esconde un ratón churrascado entre los cables del lavavajillas, mezcla en un mismo recipiente carne y pescado de días, cuece hasta la desintegración del sabor, bebe alcohol entre servicio y servicio, pasa de la clientela... “Os habéis esforzado en cargaros un restaurante”, les grita Chicote a los perdidos en la rutina. Todos pasan “una travesía del desierto” durante la producción y grabación del episodio. “En el fondo son conscientes de sus errores, si no no pedirían ayuda”, dice el agitador de Pesadilla en la cocina, pero aunque terminen asumiendo sus consejos, los protagonistas de la pesadilla se le revuelven como gatos panza arriba. Chicote —que luce llamativas chaquetillas, incluida una rojo-infierno— no se inmuta y sigue dándoles caña “porque se trata de reflotar un negocio”. “Yo nunca me rindo”, proclama, y su misión ahora es “servir motivación, ganas, esfuerzo, autoestima...”. Sacar las vergüenzas en televisión puede resultar doloroso, pero “mostrar que se está en el buen camino y que se tiene un restaurante donde a la gente le apetece ir”, dice Chicote, “no tiene precio, es la mejor publicidad”. Un restaurante de Pinto (Madrid) abre esta noche la puerta a la pesadilla que se puede convertir en sueño.

Monstruos, obsesiones y pesadillas

'Pesadilla en la cocina' logra enganchar gracias a un impecable reparto de propietarios con cabeza de alcornoque, cocineras contestonas, fogones jamás violados por el KH-7 y lavaplatos que sirven de mausoleo a los ratones

Tres hurras por Pesadilla en la cocina, el programa de laSexta en el que el chef Alberto Chicote trata de reflotar restaurantes/epicentros del despropósito humano que se están yendo a pique. Sus artífices tienen mucho mérito por haber alcanzado índices de audiencia tan notables. Según mi particular teoría al respecto, los realities gastronómicos lo tienen complicado en la lucha por el share por culpa del intrusismo de otros realities generalistas.
Mucho debe ofrecer un programa para superar escenas como las que se ven cada dos por tres en Gandía Shore o Tróspidland, también conocido como ¿Quién quiere casarse con mi monstruo? En el primero, Labrador, un ser con pinta de haber tenido dificultades para aprobar preescolar, abrió el otro día la nevera, sacó un pack de yogures cerrados y cual gourmet aspiró su aroma mientras exclamaba: “Mmm, ¡qué bueno!”. En el segundo, ese extraño giro en la evolución que atiende por Isidoro llamó gazpacho al carpaccio, mientras la muy ecce homo Priscilla, en una visita a una bodega del siglo XIV, confundió los diezmos con los décimos (“¡Nunca pensé que la lotería fuera tan antigua!”).
A pesar de enfrentarse a tan desleal competencia, Pesadilla logra enganchar gracias a un impecable reparto de propietarios con cabeza de alcornoque, cocineras contestonas, fogones jamás violados por el KH-7 y lavaplatos que sirven de mausoleo a los ratones. Con su factura eficaz y el buen hacer de Chicote, ha roto el maleficio que pesaba sobre los gastrorealities desde la emisión de bodrios como La cocina del infierno.
Ojalá el triunfo de Pesadilla sirva para que las cadenas se animen a abrir espacios alrededor de la comida. Telecinco está anunciando el Cocineros sin estrella de José Ribagorda, aunque me temo que a los aficionados a las cochinadas no nos va a estimular tanto la zona del cerebro donde se alojan los malos pensamientos. A mí me encantaría que adaptaran My food obsession, un show estado­unidense en el que tratan a gente con las más extravagantes filias y fobias alimentarias.
El hombre que bebe litro y medio de vinagre al día estuvo bien. La sonámbula que se zampa 1.500 calorías de snacks cada noche me conmovió. Pero mi favorita fue sin duda Shiseido, una chica de 25 años que por culpa de una madre adicta a los cosméticos sufre de pánico a la mayonesa. Desde aquí me ofrezco a curarme de lo mío con el cabello de ángel en la versión española, que el caso da para un par de programas.

“La tele muestra mi lado suave”

El cocinero Alberto Chicote asegura que la hostelería es una manera de entender la vida


 
El rugby es el deporte favorito del cocinero madrileño Alberto Chicote. / CRISTÓBAL MANUEL
Pregunta. Dígame que lo del ratón en el lavavajillas del restaurante del otro día era ficción.
Respuesta. Me encantaría, pero no puedo. Llevaba allí bastante tiempo, lo saqué yo con mis propias manos y estaba seco como la mojama. Juro por lo más sagrado que es verdad.
P. ¿Cuánto hay de guion en Pesadilla en la cocina?
R. Es tal y como lo ves. Lo que se graba es lo que ocurre.
P. ¿Por qué para abrir un restaurante se piden incontables requisitos sanitarios, mientras locales como esos sirven comida alegremente?
R. Si en el restaurante del jueves entra un inspector de Sanidad, lo cierra al instante, pero por allí no había pasado ninguno. En este país, para que alguien te dé de comer no necesita ningún tipo de formación ni de acreditación.
P. ¿Debería exigirse?
R. ¿Qué profesionales tienen la capacitación para decirte que te metas por la boca una cosa? Farmacéuticos y médicos. Y luego está la gente de la hostelería.
P. ¿Trata a sus subordinados con la misma dureza que muestra en el programa?
R. En el restaurante soy igual de seco, borde o exigente. Si preguntas a alguien que haya trabajado conmigo, te confirmará que en la tele sale mi lado suave.
P. O sea que es peor que su personaje.
R. Dicen que antes era más heavy, que me estoy haciendo mayor. Pero es que cuando le tengo que decir tres veces a alguien cómo tiene que hacer las cosas me empiezo a mosquear.
P. ¿Los chefs no tienen vida más allá de la cocina?
R. Es una verdad como un templo. Trabajar en la hostelería no es un oficio, es una manera de entender la vida. Implica estar dedicado a ello 24 horas. Hay gente que ve el trabajo como algo a lo que dedicas ocho horas al día. Yo no he trabajado ocho horas en mi vida.
P. ¿Y eso no te hace fallar en las relaciones personales?
R. No. Pero sí acabas relacionándote con gente del mismo gremio. Si yo libro los miércoles, sería difícil compaginar vida, cariño y amores con una señorita que diera clases en un colegio.
P. En las redes sociales le reclaman como presidente. ¿Se puede hacer con España lo que usted hace con los restaurantes?
R. No tengo ni idea de política. Supongo que la gente que dice estas cosas exige a nuestros gobernantes una manera de comunicarse parecida a la mía: más claridad y más honestidad.
P. ¿En qué punto ve a esos gobernantes? ¿Fritos o cocidos?
R. Muy crudos. Casi sashimi.
P. ¿Delatan sus chaquetillas un deseo de llamar la atención?
R. Cuando Ágatha Ruiz de la Prada me diseñó la primera me pareció muy divertido. No me preguntes por qué: en mi manera de vestir no hay nada extravagante. No tengo un deseo de llamar la atención, no me las pongo para que nadie me mire.
P. ¿El éxito le ha subido la autoestima? ¿Se siente más sexi?
R. Por mucho éxito y muchos colores en la ropa, nunca me veré sexi: soy lo contrario a un Adonis. Y mi autoestima está igual que antes: bastante alta. No soy egocéntrico, pero si no me creo yo lo que hago, no se lo voy a poder contar a nadie, y mi profesión tiene mucho que ver con transmitir.
P. Para las campanadas, ¿se pondrá una capa estilo Ramón García, pero estampada?
R. Lo dudo. Buscaré algo con lo que me encuentre cómodo, y con lo que más cómodo me encuentro es con una chaquetilla de cocina puesta.

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